Ella fue el alimento de su alma.
Allí, entre los brillos de la noche en la boheme, entre los rutilantes sonidos del can can y la opereta parisina, la amó con locura, con su amor decadente y desatado, egoísta y cruel.
La amó con su amor solo, con su amor enfermo, lírico y torpe.
Y entendió al fin que no le pertenecía, que ella no era ni sería nunca suya, porque ella era de los brillos, era de la noche.
Ella era del Moulin Rouge.